El bar.

Miré el reloj desde la soledad infinita de la barra justo cuando habían transcurrido más de dos horas desde el momento en que llegué al bar y fue sólo en ese instante cuando supe que nunca asistiría a la cita que acordamos.

Me preguntaba de forma persistente la razón por la cual decidió no comparecer a nuestro encuentro, pero no supe si atribuirlo a un descuido abominable de su memoria o a la falta de interés. Tal vez la razón pudo ser más simple y se encontraba encaminada a no pretender absolutamente nada de mí. Mientras me cuestionaba, observaba pasar por la calle a las personas y al destino, notando como la vida seguía entretanto permanecía congelado en el tiempo y aferrado a una expectativa que nunca se cumpliría. Me sentí completamente sólo en la existencia. No obstante, me frustraba la indiferencia de su olvido a razón de su ausencia, aún cuando guardaba la ilusión por verla y el impulso de esperarla un poco más, motivado por la esperanza de que llegaría. Sin embargo, haciendo uso de la fuerza de voluntad y del amor propio, deseché mis añoranzas y partí del bar con la pretensión de recorrer media ciudad envuelto en la melancolía que me consumía el alma con el fin de distraer a la mente de su determinación de deshojar margaritas inocentes mientras pensaba en el brillo de sus ojos y la belleza de su sonrisa, no sin antes tomar el ultimo sorbo de licor en el que confié el sosiego de mis pensamientos.

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