La luna me recuerda a ti.

En algún momento de mi vida escuché un poema japonés precioso que dice: “la luna me recuerda a ti, tan hermosa, tan brillante, tan lejana.” No obstante, pese a su distanciamiento abismal, siempre tengo conversaciones nocturnas con la luna, ella me habla del sol y yo le hablo de ti. Ahora ella sabe más de ti, que de las estrellas en el cielo.
Es curioso, porque el sol observa todo lo que hago, pero la luna conoce todos mis secretos, incluso, también me cuenta sus historias, sus vivencias, sus memorias, sus augurios. Un día ella me contó una linda anécdota que consiste en una ocasión en la cual el sol le pidió un abrazo a la luna a plena luz del día y el mundo lo llamó “un eclipse”.
 
Por mi parte, bajo el silencio de una noche veraniega le conté al cielo despejado de la sabana que, desde que mis ojos percibieron que brillas como la luna, no tengo ojos para las estrellas.
 
Es esta la razón por la cual vienes a mi pensamiento a diario, justo al atardecer, cuando los colores del firmamento me recuerdan al de tus hermosos cabellos. Es por ello que, si tuviera una flor por cada vez que pienso en ti, sólo tendría una flor, porque no puedo dejar de pensar en ti.
 
Cuando te pienso, amor prohibido, aumenta el deseo de mis labios de sentir los tuyos y pienso en lo hermoso que fue cuando Shakespeare escribió: "Si tuviera que besarte y luego irme al infierno, lo haría, para poder presumir con los demonios que vi el cielo sin haber entrado en él.”
Con esa frase comprendí que necesito tres cosas por siempre: el sol para el día, la luna para la noche y a ti para toda la vida, porque ni siquiera todas las estrellas del firmamento serían suficientes para describir como brillan mis ojos cuando te veo.
 
Por todo lo que te he contado, si algún día, durante la tranquilidad de la oscuridad nocturna, la luna te llama por tu nombre, no te sorprendas, porque todas las noches le hablo de ti.

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