El jardín del Edén.

He constatado que en ocasiones las palabras se quedan cortas, no alcanzan y no son fieles a la realidad cuando se trata de elogiar su belleza, sus encantos.

Se preguntarán a quien me refiero y se los diré, pues se trata de el ser más especial, maravilloso, tan sublime como sólo el cielo puede serlo, siendo bendecidas por el mismo Creador con su hermosura y ese don casi sobrenatural de hipnotizarnos de forma loca con sus maneras, dado que tengo la seguridad de que no hay hombre en la fas de la tierra capaz de resistirse si ellas se dan a la tarea de querernos conquistar.

Según el libro de la vida fueron hechas a partir de una costilla del primer hombre una vez que cayó en un sueño profundo e impensado, pero si yo hubiese estado en su lugar muy seguramente me habría ofrecido de manera voluntaria para darles mi espina dorsal.

Son tan bellas, y no es que sea un hombre con gustos tendientes a la promiscuidad, pero no es posible resistirse a sus destellos de belleza y bondad. Quizás por esta misma razón nadie fue santo en el jardín del Edén.

Podría incluso decir que son como una joya, incluso con más aires de prestigio. Si alguna de ellas te ama lo vivido puede ser comparado perfectamente con una experiencia religiosa. Por el simple hecho de ver su hermosa sonrisa las consentiría sin importar que me gaste una fortuna, pues si me piden un lucero les bajo la luna y hasta la noche estrellada del neerlandés Vicent van Gogh les regalaría para que me recuerden toda la vida.

No hay que culpar a Adán por el pecado del placer pues, ¿quien no muerde una manzana por amar a una mujer?

Hernán Castillo Madrid




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