Amanecer.

En la cúspide de mi corazón, en una de las montañas más altas de la vida, he sentido el calor de tu amor derritiendo de cariño mis días, al igual que lo hace el verde llano cuando lo besa el sol con sus rayos.
Fue en ese momento, cuando la claridad de la mañana tocaba a nuestra puerta, que desperté entre tus brazos mientras brotaban lagrimas de alegría de mis ojos por levantarme al lado de la mujer más hermosa del mundo, me cobijé con tus brazos y me recosté en tu pecho para seguir durmiendo, amándote con toda mi vida. 
Sin embargo te despertaste casi dormida, queriéndome decir no sé que cosa, pero antes de que si quiera pronunciaras una palabra callé tu boca con mis besos y así se pasaron muchas, muchas bellas horas.

Cuando llegó la noche, apareció paulatinamente la luna y entró discretamente por la ventana, iluminando de manera tenue nuestro lecho. Entonces, he de decir que nunca había visto una cosa más bonita que ver como la luz del cielo irradiaba tu hermosa cara.

Luego de esto, yo volví a besarte lentamente mientras escuchaba como se aceleraba tu respiración y me volví a meter entre tus brazos sintiendo como me abrazabas y acariciabas mi cuerpo con un cariño que salía de lo más profundo y sincero de tu alma.

La luna nos dejó iluminados estando lo más unidos que dos personas pueden estar, conectados en cuerpo y alma, pero luego de un par de horas me quedé profundo entre tu pecho confiando en que al día siguiente nuestro amor seguiría uniéndonos toda la vida.

Al despertar luego de nuestro idilio de romance, amanecí de nuevo arropado entre tus brazos. Fue entonces cuando entendí que el amanecer no es cuando con la aurora el sol renace, sino cuando abro los ojos y me encuentro envuelto en tu cariño.


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