Antes de reinar.

Hace tiempo, cuando era niño, mi abuelo, me contó una historia que tuvo su origen en la España, en la antigua merindad de Trasmiera, una de las comarcas históricas de Cantabria, ubicada entre las montañas de Santander y Burgos.
La narración era sobre un rey que tuvo un hijo, el monarca sabía que pronto fallecería, por lo tanto, debía nombrar a su sucesor antes de morir. Sin embargo, no creía que su único hijo estuviese apto para ascender al trono. 
Su hijo era desordenado, indisciplinado, insensible con las necesidades del pueblo.
El rey preocupado por esta situación, decidió poner a prueba su heredero y se lo comunicó. Por supuesto que esta decisión de su padre no fue tomada con agrado por el futuro monarca, ya que él afirmaba que tenía derecho al trono sin necesidad de pruebas, que él era el legitimo príncipe que subiría al poder.
Ante la molestia del príncipe, el regente reafirmó con solidez su decisión y aseguró que antes de reinar su hijo debía aprender a vivir sin nada, tendría que desprenderse de los lujos que le rodeaban, debía dejar de comer los manjares que estaba acostumbrado a saborear, se vería obligado a ser separado de sus súbditos, quienes hacían todo por él, para hacer sus cosas por cuenta propia.
Esta decisión no la tomó el soberano para castigar a su hijo, lo hizo para que él, que estaba destinado a la grandeza, fuese alguien pequeño, como las demás personas que conformaban el reino, para que de esta manera fuera consciente de las necesidades de sus siervos y mejorara esas actitudes que lo distanciaban del trono. 

Por si se preguntan que sucedió después, puedo decirles que fue difícil para el hijo adaptarse a esta situación tan ardua en la que su padre lo había puesto. Sin embargo, nunca se rindió, se esforzó y luchó contra sí mismo, al punto de lograr ser el heredero apto que su padre quería para portar la corona. 
Lastimosamente el rey murió pocos días antes de que su hijo ascendiera como soberano. No obstante, murió con la convicción de que había dejado el reino en las mejores manos y que el nuevo rey sería el mejor jamás visto. 

Tiempo después, efectivamente el tiempo el daría la razón y aquél joven desordenado e indisciplinado fue un gran rey, como la historia lo acreditó.

Cuando mi abuelo me contó esta historia, era sólo un niño. En ese momento de mi vida no entendí lo que quería decirme. Pero hoy, entiendo lo que quería decirme y la moraleja de esta anécdota. 
Antes de llegar a la cima, hay que escalar una gran montaña. Hay que pagar el precio del éxito con sacrificio, mucho sudor y lagrimas. Antes de ser todo, hay que vivir con nada. Antes de triunfar, habrá que fracasar un par de veces. Porque para que el sol brille cada mañana debe primero morir solitario en un ocaso gris el día anterior. 

Así que antes de reinar, hay que prepararse para llegar al trono.

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